Esta noche tuve otro sueño húmedo, uno de los mejores que recuerdo, medio velado entre el sueño y el despertar. Cogía a un tio que no tenía un rostro claro, podía ser cualquiera, un tio musculado, lo ponía de lado y me lo follaba, abriéndole los cachetes con las manos para meterla a fondo, se la dejaba toda dentro y entre refrote y refrote me dejaba llevar por le gusto y le preñaba entero dejando escapar la lefa dentro de su cuerpo.
Justo cuando empezaba a correrme me desvelé y solté manguerazos de leche a tutiplén. Sentía la polla super ajustada, pero al no despertar por completo y estar como entre dos mundos, en mi sueño estaba dentro de ese culo apretadito y en el mundo real tenía el rabo super duro y enorme con parte de la polla por fuera de la goma de los gayumbos, con todo el tronco apretado por la tela, haciendo un leve movimiento de follada con mi culo y frotando el rabo contra ella.
Como entre diez y doce lefazos seguidos hasta acabar. Tardé tiempo en abrir los ojos, no quería que aquello acabase y darme cuenta de que había dejado los calzones y las sábanas llenitos de semen. Ni siquiera me levanté para limpiarme, volví a coger el sueño, durmiendo con mi propia leche encima de la polla, los cojones, las piernas y parte del torso cosa fina. Esta mañana al ir a mear, se me lubricó sola la raja de la polla, pero hasta que rompió la lefa reseca, el primer chorro salió por donde le dio la gana.
Y joder qué gusto sentir la meada recorriendo el largo de mi rabo hasta que salió, un gustillo casi como de segunda corrida. Me invadió ese cosquilleo que siento antes de correrme y doblé las rodillas gimiendo de placer. Me miré al espejo, desnudo con los calzones a medio bajar por las pantorrillas. Pelo desordenado, la polla en la mano soltando el chorro, los ojos brillantes, el cuerpo medio sudado por el calor. Joder, me gustaba lo que veía, era yo pero como si fuese otro. Pensé que si tuviera un gemelo ya me lo hubiera follado allí mismo, poniéndole el trasero contra el lavabo y dejando que mi polla disfrutara de una segunda vez ese día, a la vez que mi vista disfrutaba de una cara conocida de ojos brillantes que no dudaría en suplicar más al meterle el rabo.