Un cuadro en la pared a la cabecera de la cama mostraba la silueta de un hombre varonil y atlético completamente desnudo que parecía espiarles. Viktor Rom y Jorge Sainz se sintieron en compañía sabiéndose vigilados y eso aumentaba el morbo que ya caldeaba la habitación. Jorge tenía muchas ganas de tener a Viktor dentro de él y nunca se le agotaban.
Cada vez que le tenía cerca su cuerpo se estremecía de placer y aun sin sacársela podía sentir ya el poder de su enorme y gordísimo rabo. Le gustaba meterle los deditos por el lateral de los calzones y sacársela como si estuvieran en la parte trasera de un bar ayudándole a echar una meada. Zorreó con su rabo fustigándolo con su lengua, saboreando y pringando de saliva cada centímetro, pues no quería que usara condón. Quería sentir esa polla dura y caliente en todo su esplendor.
Siempre le costaba tragársela con el culo. Demasiado gorda. Pero al final siempre acababa zampándosela enterita cuando Viktor se inclinaba hacia él y le susurraba guarradas al oído. Qué arte tenía le cabrón para abrirle el agujero y, cuando lo tenía abierto, toma caderazo y todo el pollón viajaba dentro como un pasajero invitado.
Una vez abierto el agujero, ya no había quien lo parara. Las culeadas que le metía desde arriba eran de campeonato y Jorge tampoco se quedaba atrás cuando se trataba de cabalgar. Ensartarse encima de toda esa pirula gorda, gigantesca y tiesa dolía que te cagas, pero también aportaba el mayor de los placeres, sobre todo cuando acababa acostumbrándose a su tamaño y entraba y salía por su culo bien calzada.
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