Esos brazos fuertes, bronceados y musculosos apoyados en sus piernas. Jerri Gomes se había metido entre ellas hasta la cocina, le había agarrado el trabuco con una mano y no paraba de mirarlo fijamente a los ojos mientras se metía por la boca su gordísima polla que se ajustaba a la perfección a su gran boca. Caio Veyron casi se corrió dentro de ella cuando ese cabrón demudó el rostro en una sonrisa viciosa y empezó a colarse el pollón por la garganta.
La boquita de Jerri estaba dejando a Caio hipnotizado y de seguir así eso iba a acabar antes de tiempo, así que le dio la vuelta, exigió su culazo y le metió toda la minga a pelo por detrás follándoselo como un animal. Ese mamonazo brasileño era puro músculo y estaba mazao. Unas nalgas poderosas atrapaban su enorme pene en la raja colándose por su agujero y era puro espectáculo ver ese cuerpazo musculado y sudoroso entregándose por completo.
Los dos estaban empezando a sudar de lo lindo y en cierta forma Caio lo agradeció, porque entrando dentro de él con la polla desnuda, el sudorcito les estaba proporcionando el lubricante natural que necesitaba para meterla como lo estaba haciendo ahora, colándole por el ano sus preciados veintiocho centímetros de larga, gorda, dura e impresionante verga.
Regresó a su boquita. Quería sentir sus dulces y suaves labios acariciando su polla. Caio se puso todo tierno. Esos ojos oscuros, rasgados y tan bonitos, unos labios gruesos hechos para chupar rabos, el bigotito al estilo italiano que decoraba sus morros. Caio se agarró la polla, se la pajeó encima de su boca y le metió unos buenos chorrazos de semen por ella, llenándosela de auténtica leche que rebosó y le colgó por la barbilla hacia el pecho. Y no levaba babero.