A veces no era suificiente con mostrar y firmar, a veces los clientes con los que se cruzaba Manuel Reyes, todavía aprendiendo el negocio de las inmobiliarias, exigían más de él, un pago compensatorio que no lograba a entender del todo, del que nunca había escuchado hablar a sus compañeros de oficina, pero que estaba ahí, como un arma silenciosa de doble filo que se utilizaba solo en casos de urgenica para cerrar un acuerdo.
Pero a Manuel le pasaba más que al resto, porque tenía una cara bonita, unos ojazos y porque había algo en él que atraía a los hombres poniéndoles las vergas bien duras, deseando metérsela por el culo y admirar esa cara guapa gimiendo de placer hasta acabar con ella llena de leche. Nicholas Bardem no fue una excepción, solo que con este para Manuel fue todo un placer.
Atractivo, con unos ojos enamoradizos que le ponían nervioso, esa barbita luciendo algunas canas, con ese aire de daddy tan varonil, tan sensual. Manuel no acertó a escribir con el boli en el informe, fijándose en sus labios, en sus fuertes manos. Le subió el precio a posta para que terminarta como terminaban todos, poniéndose de pie, bajándose la cremallera de la bragueta de los pantalones y sacando su polla para darle de comer y compensar el precio.
Con mucho gusto, Manuel hincó las rodillas y se metió ese pollón morenote, largo y gordo entre pecho y espalda. Desnudo estaba incluso más atractivo que con el traje, luciendo un cuerpazo musculoso y fuerte que a Manuel le hizo abrir el ojete y darle el culo para que se lo follara a pelo. Acabó de rodillas, echándole el aliento sobre la polla, apremiendo la salida de su leche. Vio cómo se pajeaba con energía, su intensa y sonora fatiga y después toda esa lefa pululando por los pelos de su barba.
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