De los creadores de Mormon Boyz y Family Dick, nuestra querida Familia Polla, llega el apasionante mundo de viciosos ladrones, policías con porras enormes entre las piernas y chantajes sexuales con Young Perps, donde unos jovenzuelos pervertidos no dudan en chupar pollas y recibir por el culo una buena dósis de rabo a pelo (a veces más de uno) si con ello pueden evitar la humillación social o la cárcel. Mejor humillarse delante de una buena tranca. Hoy os presentamos el primer caso recientemente sacado del archivo.
CASE NO. 171003-21: El del rubito que no tenía pelas para pagarse un fleshjack
Sus amigos del insti no paraban de hablar del puto fleshjack. Los que ya lo habían probado coincidían en que era el lugar más apretadito en el que habían metido la polla y encima te lo podías zumbar como si fuese un coño y correrte dentro sin derjarlo embarazado. Decían que duraban poco una vez la metían dentro de lo mucho que se gozaba, pero que la experiencia valía la pena.
Lástima que no era algo que se pudiera compartir como los videojuegos. De tanto nombrarlo, después de las clases al llegar a casa, se metía en la página para ver los diferentes modelos. Los había rosas imitando las formas de bocas y culos, pero el que a él le molaba era el transparente, porque eso de masturbarte la polla dentro del aparato y poder verla apretadita follando debía ser la caña.
Peeero, no tenía pelas pa comprarlo, así que un día se le fue la pinza y aprovechó que pasaba por un sex shop del barrio para ver si podía choricear uno sin que el dependiente se diera cuenta. Lo sacó de la caja para que abultase menos y se lo escondió por la parte delantera entre el pantalón y la camiseta. Lástima que el segurata negro lo pilló in fraganti y se lo llevó a una sala para cachearlo.
“¿Esto qué es?“, le preguntó mostrándole el fleshjack, la prueba flagrante del delito, después de desnudarle de cintura para arriba. Le dio dos opciones, o cogerle el móvil para llamar a sus padres o ponerse de rodillas para afrontar el castigo. Y ante la vergüenza que podría pasar imaginando las caras de sus padres enterándose de que iba ronado aparatos para masturbarse el rabo, decidió hincar las rodillas.
El segurata se sacó la polla gorda de la bragueta y le obligó a comer. Era enorme la muy puta y encima le invitó a comérsela pegándose un meneo con el rabo cilimbreando al viento. Después de mamársela, el cabrón quiso más a cambio de no contar nada y tuvo que arquear la espalda, abrirse de piernas y ver cómo la pollaza gigante de aquel negrazo de dos metros le perforaba y le desvirgaba el culo a tope por primera vez en su vida. “No robarás más, no robarás más” se decía con las primeras empaladas. Pero terminó pensando lo contrario. El segurata llamó a otro compañero por el walkie mientras le follaba y entre los dos se cobraron los sesenta y cinco dólares del valor del robo dejándole todos los lefotes de leche grumosos en la cara.
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