Jugarse las prendas a los dados entre colegas tiene un claro peligro. Al principio van cubriendo el suelo zapatillas, calcetines y camisetas y el olor a macho ya se deja notar en el ambiente, que termina pareciéndose más al de unos vestuarios de un gimnasio que al de una sala de estar. Cuando se quita la camiseta el más macizorro del grupo, por debajo de esas risas nerviosas elogiando sus abdominales, aguarda una envidia sana por tenerlos como él.
Poco a poco a las camisetas le siguen los pantalones y los calzoncillos e igual que pasa con los abdominales, el que la tiene más larga es objeto de todas las miradas. Al final, entre el olorcito a tio y todo rabos, el ambiente a poco que se caldee con alguna bromita subida de tono, da lugar al comienzo de una orgía donde todos dejan salir su instinto animal y come rabo del primero al último. Y como en todos los juegos, uno de ellos termina convirtiéndose en la putita de todos, el más insaciable de culo y boca, que acapara todos los lefazos juntos, uno tras otro sin parar.