Retoza en la cama bien entrada la madrugada pensando en chicos. Se le pone toda morcillona y apenas queda ya espacio en los calzones para cubrir tanta verga. Se la saca toda tocha, gorda, larga y venosa, con el cipote reluciente cargadito de precum, a punto de reventar. Para Vikko Vigo el chico ideal se oculta en una mezcla de los tios de los que se enamoró la anterior noche.
El de los labios gruesos y apetitosos que bebía del vaso de cubata de la barra del bar, el del señor culazo que meneaba el pandero marcándose un baile en mitad de la pista, el del rabo gordo y grande que estaba echando un pis junto a él en los meaderos del baño de público sólo para hombres, el de los ojazos que no le quitaba ojo al otro lado del local.
Vikko se levanta la camiseta y se toca. Cierra los ojos pensando en uno, en otro, en todo ellos a la vez, arrodillados rodeándole en la cama, queriendo darle vicio. Frota su polla acariciándola entre la palma de su mano y el muslo. Los pelitos de la pierna se le quedan bien mojados de las gotitas relucientes de esperma que brotan por la raja de su pene. Se coge el pollón por la base, mira hacia abajo y, a pesar de llevar tantos años juntos, no deja de sorprenderse del tamaño de su verga, de lo larga, gorda y potente que es.
No tiene un culo que azotar con ella, así que se da pollazos contra el muslo, bien sonoros, dejando claro quién manda. Se abandona a la paja, exhalando por su boquita entreabierta suspiros de amor descontrolados. Cuando se la pela no se la quiere mirar mucho, porque le gusta tanto su rabo que se pone super cachondo. No quiere alardear de rabo, pero es que lo tiene demasiado grande y hermoso como para no hacerlo.
Palma de la mano abierta y unos buenos pollazos calentitos encima de ella. El periscopio más codiciado y más grande jamás visto se asoma por encima del agua y la espuma de la bañera. El sonido del chapoteo de sus huevos y el choque de su puño contra el agua mientras se la pajea le llenan lo oídos de vicio. La leche fluye por su larga manguera a través de sus pelotas. Sus grandes y bonitos ojazos se quedan fijos en la inmensidad de la nada. Apenas un instante, un segundo en que se le nubla la vista y la mente y el gusto más inmenso se precipita desde su polla hasta el agua dejándole vencido y sin fuerzas.