Hay algo en Rick Dalton que me pone burro. Puede que sea su mirada, de ojos grandes, o sus labios carnosos, puede que su tez alargada con esa nariz grande y ancha. Piernas, brazos, dedos de las manos. Lo tiene todo largo y lo que le cuelga entre las piernas estoy seguro de que no me va a defraudar. Aunque a él le guste llevar ropa ancha para hacer skater, desnudo gana enteros.
Está delgadito y, mientras se desnuda por completo para mí, dejándose la gorrita con la visera hacia el frente, coge un balón de fútbol desgastado que tengo rodando por la habitación para taparse las vergüenzas. Una vez se ha quitado toda la ropa, excepto los calcetos y las zapas, me mira desafiante y con confianza retira el balón para dejarme ver su cachiporra.
Recorro su cuerpo desde su cara de arriba a abajo. Tiene un torso delgado pero largo y su polla es tan larga y gorda como pensaba. Me chiflan los chicos delgaditos que esconden sorpresas como esas, capaces de dejarme con la boca abierta. Recojo la pelota del suelo y se la lanzo. Quiero que me regale la vista. Lo primero que se le ocurre es darme la espalda, ponerse a cuatro patas, forzar el misil pasándolo entre sus piernas y plantarlo sobre el balón, rebozándolo por encima, aplastando toda la huevera por encima del cuero, deleitándome con el sugerente movimiento de sus nalgas redondas y suavecitas.
Al darse la vuelta, deja a un lado la pelota y se la empieza a cascar. Me encanta apreciar la rabia con que se la pela, con su atractiva cara mirando fijamente su enorme verga. No sé si quiere amigos, pero me acerco y me ofrezco a serlo. Repto entre sus piernas y le chupo las bolas. Escucho un gemidito apagado, retira sus manos. Eso quiere decir que sí.
Cojo su enorme pollón con mi mano. En ella parece incluso más grande. Inicio el movimiento de abajo a arriba y no paro. Miro cómo se retuerce sobre la cama, cómo gime de placer, dobla las rodillas y arrastra el talón de los pies por las sábanas en un intento de controlarse, pero yo gano la partida y acabo con el puño chorreando de leche.