De cara al público, Gustavo Cruz es el hombre atractivo vestido de traje y corbata, el comercial que todo jefe querría tener para vender coches lanzando una sola mirada y encandilando por igual a hombres y mujeres con su irresistible sonrisa y su inigualable porte. Más tarde, cuando las luces del concesionario se apagan, Gustavo se convierte en el mecánico musculoso, con la camiseta de tirantes blanca y el cuerpo sudadito llena de grasa que hace que ellas mojen las bragas y ellos tengan un buen problema entre las piernas.
El por qué se convierte en una fantasía para todos la imagen de un tio de esta guisa currando duro enj el taller, es algo que se escapa a la comprensión de Dario Beck, que cuando ve posar las manos varoniles de un hombre en el capó de su coche, se pone tierno y cachondo. Dario es tan guapo que consigue todo lo que quiere y a todos los que quiere, desde un arreglo gratis a una follada en el lugar más insospechado.
Gustavo sabe detectar una mirada. Sin querer ha seducido al nuevo cliente, pero el nuevo cliente también acaba de seducirlo a él. Se acerca, le da un buen morreo para descubrir hasta qué punto está interesado en hacer un trabajo hecho y derecho entre hombres entre las paredes del garaje y cuando desvela sus intenciones se saca el rabo de la bragueta y le pone a comer polla.
Por suerte para él y para todos los que se cruzan en su camino, es un mecánico muy bien dotado, algunos dirían que más que bien dotado. Su grueso, largo y descomunal pollón, sus enormes pelotas cargadas de leche. No sólo sabe manejar bien las herramientas, es que además tiene la mejor herramienta. Dario saborea la puntita, temeroso de ahogarse si se mete más trozo de ese trabuco, pero acaba sucumbiendo al deseo y el placer del tamaño de esa gigantesca verga y termina tragando hasta donde buenamente puede.
Gustavo no se queda atrás. Que le tilden de machote empotrador no está reñido con que le guste comerse unas buenas pollas y la de Dario está que alimenta. Se agacha, rodea el miembro con su corbata y chupa esa pollaza de lujo con sus gruesos y deliciosos labios húmedos. Al no haber visto a Dario desnudo, le sorprende bajarle los pantalones y descubrir lo peludo que es. A consecuencia de hincar los dientes en la raja de ese despampanante culazo, se lleva algún que otro pelo negro y fuerte, pero no le importa, porque le gusta comer con tropezones.
Le gusta arreglar automóviles, pero disfruta mucho más arreglando un buen culo como ese, follándose a su dueño hasta hacerle gemir de dolor y placer debajo del capó. Dario se va quitando prendas y se queda prendado y pinchado en esa enorme polla, completamente desnudo, con su pecho lobo musculadito y su rabo tintineando al compás de la follada. Y será por los pelos de sus pectorales por donde en breve gotearán chorretes pegajosos de lefa.