Como una tentación, Gianni Maggio apareció por la puerta con desayuno a elegir: uvas o una polla gigante de veinticuatro centímetros completamente dura preparada para mamar y taladrar culos. Precisamente Miiothy Miio estaba mirando en ese momento en el móvil las últimas noticias de La Isla de las Tentaciones y pensó lo fácil que sería él de tentar y cualquier tio al que le pusieran esa encantadora butifarra delante de los ojos.
Picó una uva, la mordió hasta hacerla papilla, cogió el rabo por la base, donde al menos cabían tres manos como la suya y se metió la polla dentro de la boca. Miiothy amaba esas aberraciones de la naturaleza. Igual que un adolescente que crece rápido cuya columna vertebral se tuerce por el camino de convertirse en un hombrecito, esa polla de dimensiones descomunales hizo lo mismo, doblándose ligeramente por la mitad.
Después de que Gianni le diera una merecida paliza con su porra en toda la cara, enorgulleciéndose del tamaño de sus atributos masculinos, se la zampó aprovechando esa curvatura hasta cobijarla más allá de su campanilla. La tenía tan grande que mamársela era como comerse dos pollas gordas, una hasta los huevos y descubrir que después había otra. Gianni le decía que se la tragara toda, las babas ya le salían din control de entre los labios en el intento, pero esa gruesa maza le estaba dejando ya sin respiración.
Se acostumbró y siguió intentándolo una y otra vez. Le daba gusto agarrar la pija con la mano, hacerle una paja de tornillo, meterse la pirula entre los labios y chupar. El secreto para tragar a fondo estaba en la lengua, en sacarla a tope, situándola debajo del frenillo, en la base de la polla, haciendo hueco en la garganta y deglutir como un cerdo.
Menudo espectáculo para la vista cuando se la sacaba de la boca y la polla salía brincando toda empinada, larguísima, danzando brevemente sobre su cabeza hasta que se quedaba dura y tiesa embadurnada con su saliva. Era satisfactorio comerle los huevos y sentir la caricia del pollón caliente sobre sus mejillas, el cipote mojado resbalando sobre su frente, dibujándole el nacimiento del pelo.
Miio se quitó los calzones para que Gianni tuviera otro motivo más para divertirse. Colocó la cabeza en el borde del sofá y se hicieron un sesenta y nueve cargado de lujuria, él poniéndose las botas chupando pija y Gianni escupiendo y acicalando la entrada del agujero que se iba a follar en breve. Miio estaba en su salsa, todo burraco, como no podía ser de otra forma teniendo el culazo, las bolas y la gigantesca minga de ese semental italiano a un palmo de la cara.
Tragar del revés era harto difícil, más cuando el enorme cipote empujaba la lengua y la hundía dentro de la boca. Miio se incorporó, metió la cabeza entre las piernas de Gianni y le amó la verga, dedicándole un cumplido acerca de lo grande que la tenía a la vez que la agarraba con la palma de su mano por detrás y la plantaba encima de su jeta para comprobar el tamaño real. Los huevos en la barbilla, el nacimiento de la polla en los labios y el cipotón superando su frente.
Sacó la lengua, se la relamió de abajo a arriba y le pegó otra generosa tanda de bocados hasta que le salieron las lágrimas. Después de eso ya podía hacerle el amor a su manera. Plantó el culo en el reposacabezas del sofá, dejando que las nalgas sobresalieran de tal forma que Gianni pudiera ir por detrás y meterle una buena comilona.
Sentía el chorro de los escupitajos estampándose contra su raja, resbalando por sus muslos, el suave raspado de los pelos de su barba, una lengua caliente y experta, palmaditas en los cachetes. No sabía muy bien cómo, pero ese cabrón le había dejado la entrada del ojete latiendo, expandiéndose y cerrándose sin control. Entonces notó algo grande y gordo taponándole el agujero y esa polla gigante y gorda como la de un caballo comenzó a entrar sin condón por el interior de su ano, dejándole débil, sin fuerzas, vulnerable.
Ciertamente parecía un animal desde que le insertó la polla. Metía unos caderazos que le partían el culo en dos, no medía las fuerzas ni era consciente de la impresionante pollaza que tenía entre las piernas. Gianni le palmeaba las nalgas mientras le empalaba con esa gruesa y gigantesca maza. Esa mezcla de dolor y gusto estaba volviendo loco a Miio. Tan pronto participaba de la follada meneando el culo hacia adelante y hacia atrás tragando rabo como intentaba que saliera de su interior para darle un respiro.
Cuando hacía esto último, Gianni le cogía por las caderas y le obligaba a poner el trasero de nuevo en posición. Era su agujero y lo necesitaba imperiosamente para calmar el ardor de su polla. A Miio le encantaba que fuera tan cerdo, tan perro, tan amo cabrón. Cuando la fricción se hacía más intensa y el rabo dejaba de entrar con facilidad, Gianni se agachaba, le metía un par de certeros escupitajos en el ojete y se la volvía a meter a pelo.
Ese semental iba desbocado y sin frenos. Miio jamás podría acostumbrarse al tamaño de ese verga entrando y slaiendo una y otra vez de su cuerpo, pero aprendió a disfrutarla reprimiendo sus gemidos de gusto mordiendo el cuerpo del sofá. Y sabía cómo podía amarla aún más. Se acurrucó elevando las rodillas hacia los hombros, ayudándose con las manos para dejar bien abierto el agujero de su culo. Gianni se subió al sofá, se abalanzó sobre él y empezó a taladrarlo a pollazos desde arriba.
En esa postura Miio podía verlo todo, como en una película. Si miraba hacia abajo podía ver esa enorme manguera atravesando sus nalgas, subiendo un poco más la vista, los abdominales en tensión del torso de Gianni y si elevaba la mirada veía su cara de cabronazo follador, frente a frente con la suya, soltándole encima todos los gemidos y el aliento. No podía ser más feliz.
Aunque fuera brevemente, necesitaba cabalgar sobre ese potro salvaje, necesitaba ver su propio pene morenito rebozándose por ese six-pack. Después de satisfacer su fantasía personal, volvió a colocar el culo en una posición ventajosa que le permitiera ver la acción al completo, justo en el reposacabezas. Gianni volvió a pasar por detrás del sofá y empezó a fusilarlo a pollazos, metiendo y sacando sus largos y gruesos veinticuatro centímetros al completo en cada batida.
La mente de Gianni se quedó en blanco, soltó un gemido de gusto, su mirad ase quedó perdida en algún punto del techo y cuando volvió a bajarla vio su enorme polla cilimbreando y soltando lefa sobre el culazo de Miio, sin manos. Se agarró la pipa con la mano, la pajeó un poquito y le salieron a tiro otro par de chorrazos despampanantes que se desperdigaron y regaron todo el cuerpo morenito del chaval.
Metió de nuevo la polla cargada dentro del culo y al sentirla Miio se dejó vencer sacándose su propia leche, calostros blanquitos y espesos aquí y allá, en su muslo, sobre su ombligo, en la pierna, fruto del intenso movimiento de la polla mientras se cascaba la paja. Gianni bajó a lamerle un poquito de la propia lefa que él le había dejado en el ojete y con ella se dieron unos cuantos besitos de buenos días.