Lo tenía guardado detrás de la caja de herramientas en el armario del salón. Lubricante y dildo, un buen pepino que fijar en la ventana por la ventosa y a pasarlo bien. Cómo le gustaba a Skyy Knox quedarse bizco mirando una polla, sacar la lengua y hacerla desfilar por el cipote antes de bajarse las bermudas e intentar metérsela por el culo. Pero joder, qué difícil era a veces.
Tan concentrado estaba intentando meterla por el agujero que no se dio cuenta de que había un mirón en la ventana relamiéndose. Por suerte para él, Ryan Bones era un experto abriendo huecos. Skyy no tenía muy claro si esa especialidad existía, pero qué coño, estaban en una ciudad donde la gente hacía de todo, ese tio estaba buenísimo, le recordaba a los seguratas de las discos con los que soñaba mamársela en los baños y tenía unos pantaloncitos de deporte tan cortos que la minga se le escapaba por un lateral.
No sabía si los ejercicios previos de calentamiento servían para algo, porque el verdadero poder de ese machote para hacer que palpitaran los culitos residía en su cara y sus manos. El aliento cerca de su entrepierna, tener su boca a escasos centímetros del culo, sentir sus manos grandes y calientes agarrando sus nalgas, un dedo gordo explorando sus profundidades. Eso abría las puertas de par en par a cualquiera.
A un dedo le siguieron dos. Ryan agarró el bote de lubricante, le puso un poco en la raja y otro poco en el dildo y le dijo que probase. Ahora sí entraba de lujo. Con unos toquecitos, un poco de maña y su atractiva cara había conseguido expandirle el ojete. Ryan tenía el pito a reventar y se lo sacó por un lateral delante de la cara de Skyy que se puso a mamar de esa polla grande y gorda.
“Creo que ya estás preparado para una master class“, le dijo Ryan jadeando y sudando del gusto. La clase maestra consistía en expandir el ojete aún más, cambiando el dildo de goma por una polla caliente de verdad, mucho más dura y gorda. La suya. Se la metió sin condón y en cuanto lo hizo Skyy exhaló un gemido prolongado, notando cómo ese cabrón le partía el culo en dos.
Cuando lo cabalgó y se pinchó en su verga comenzando a saltar encima de ella, Ryan no pudo apartar la vista de su polla y el culo rebotando. Entraba tan apretada y ajustada que la piel del rabo se retraía hacia la base plegándose y formando arrugas. Tras un rato montando, esas arrugas desaparecieron y la polla empezó a desfilar dentro de su ano con mayor holgura.
No tenía por qué haber recurrido al último recurso porque ese chaval estaba ya servido, pero tenía ganas de enseñar su torso de hierro, su cuerpo tatuado, sus enormes biceps. Entre eso, su guapísima cara y las gafitas que le daban ese talante serio de chico intelectual, Skyy se volvió loco mirando a ese tio sobre él trajinándole el culo y se corrió encima dejando los ojos en blanco.
Ryan le hizo ponerse de rodillas, le agarró por la frente para ladearle la cara y justo cuando le vino el gusto de la corrida le plantó el pene sobre la lengua y le soltó todo le caldo encima. Skyy degustó y se relamió la miel. Se la tragó toda y con las sobras se metió el gordó pollón recién corrido en la boca y le besó las pelotas. Se guardó la tarjeta de contacto para llamarle más veces mientras Ryan se ponía los pantalones guardando la picyha a duras penas, arqueando las piernas mientras andaba, intentando que no se notara demasiado que todavía a tenía bien tocha.