Le había contratado personalmente, porque parecía un tio serio y porque su presencia imponía a la par que era imposible quitarle la vista de encima de lo bueno que estaba. Durante las fiestas multitudinarias, Marco Napoli disfrutaba como a las mujeres se ruborizaban o se agrupaban en pequeños corrillos riendo juntas, echándole miradas lascivas de arriba a abajo a su nuevo guarda de seguridad Dato Foland, cuchicheando entre ellas cómo la tendría de grande.
El segurata llevaba varios días quejándose de que no le pagaban lo suficiente, haciendo el trabajo de mala gana, así que Marco, aunque nada le dolía más que despedir al chaval, le llamó para comunicárselo. Era una pena echar a esa belleza que tenía delante, por eso le dio una última oportunidad, preguntándole si había algo que pudiera hacer para cambiarlo. Y lo hizo. Dato se empezó a quitar la ropa para su jefe.
Según se desabrochó la camisa blanca, a Marco se le empezó a despertar la minga. Joder, menudo torso, peludete y con grandes pectorales. Marco sintió la necesidad imperiosa de tocarle con el dorso del dedo índice los pezones de las tetillas. Quizá le tocó más de la cuenta, porque Dato miró hacia otro lado, como si supiera que lo que estaba haciendo no entraba dentro de su salario, pero a Marco le encantó esa entrega para conservar el curro.
Marco se agachó y le agarró el paquete. Podía sentir en su mano el tamaño de la verga que escondía el ruso, esa que las mujeres no paraban de desnudar con sus pensamientos. Le bajó la bragueta y admiró la pedazo polla enorme, gorda y encapuchada que salió a su encuentro. Se la metió en la boca y la chupó con una fuerza y tantas ganas como jamás se había jalado antes una verga.
Miró hacia arriba. De vez en cuando Dato giraba la cabeza, para evitar tener que ver a un hombre comerle la polla, pero no podía negarlo, le encantaba la mamadita que le estaba haciendo. Con la polla dura, sabiendo que estaban los dos solos y mucho más entonado, Marco aprovechó para morrear esa cara guapa y decirle al oído “ahora fóllame como si fuera una piba, jódeme el culo como un machote“.
Dato obvió ese culazo enorme lleno de pelos y se dedicó a la faena en cuerpo y alma. No sólo le comió el ojete como si fuera una rajita, sino que le metió unas caladas al rabo de su jefe. Después se incorporó, le metió la polla a pelo por el agujero y se lo folló como esperaba, asesinándole el culo a pollazos, abalanzándose sobre él, cubriéndole las nalgas con los muslos, metiéndosela hasta cascarse los huevos.
Marco se puso cachondísimo con el calor del aliento del segurata en su oreja, la fuerza con la que lo empotraba, la belleza de ese cuerpo escultural mientras se lo follaba bocarriba. Se puso de rodillas frente a él y Dato le metió una lluvia de lefa. No paraba de salir leche de su pija, en cantidades abundantes, pringándole la jeta, dejándole unos buenos chorretes en la manga y la solapa de la chaqueta del traje. Tenía de nuevo el trabajo garantizado.