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El paciente Michael Boston mira cómo el doctor Reese Rideout da por culo al chulazo Collin Simpson a pelo en la consulta | MEN

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Dentro del gremio de los terapeutas, entre sus colegas el Dr. Reese Rideout se había convertido en todo un referente en cuanto a consultas de tipo sexual. Tenía una técnica infalible para conseguir que hombres como Michael Boston, que llegaban contándole sus problemas maritales a la hora de empalmar y dar la talla en la cama, salieran por la puerta con el pito en alto, deseando llegar a casa y clavarla en una gujero caliente.

Por supuesto que el amor por la otra persona era una buena parte del trabajo en la cama, pero ningún hombre podía negar que la belleza masculina apreciada por el ojo humano suponía otro tanto en las relaciones sexuales. Por eso, en sus horas de trabajo, nol estaba solo en consulta, sino que tenía en la oficina, vestido hasta que la situación lo requería, a Collin Simpson, un chaval de tomo y lomo que esculturalmente era bellísimo.

Espaldas anchas, pectorales prominentes, torso de adonis, brazos con fuertes biceps, unas piernas propias de un levantador de pesas y una polla, de momento flácida, que ponía la guinda a todo el conjunto, gruesa y del tamaño perfecto, naciendo de una selva de jóvenes pelos negros. El chaval siempre estaba predispuesto y Reese, además de por la causa, no podía negar lo mucho que le excitaba tocarle el cuerpo.

Enseñó a Michael cómo decir a su pareja que le tocase para conseguir el deseado objetivo de levantar el ancla. No fallaba. Primero unos ligeros pellizcos en los pezones, después recorrer en centro del torso con el dorso de la mano, todo muy suave y lento, siguiendo la línea de pelillos hasta el pubis. Una vez allí, meter la mano entre las piernas, con la palma hacia arriba en forma de cuenco, rozando con los dedos las pelotillas, dejando que el pene roce suavemente la muñeca.

El rabo de Collin no tardó en alargarse el triple, engordar el doble y ponerse duro como una roca. Reese le agarró la trompeta y le empezó a masturbar delante de su paciente. Las mamadas eran muy importantes. Igual que el otras culturas eructar después de comer era una muestra de agradecimiento a quien cocina, comer la polla era una forma de decirle a tu pareja que le molas y que lo quieres todo de él.

Reese tumbó a Collin cerca de Michael para que viera cómo chuparla y se metió el trabuco del chavalote entre labio y labio. Al rato se levantó, se bajó los pantalones y le dio de comer rabo. Era muy importante dar y recibir, por lo menos en esta parte. En pleno acto sexual, se podían discutir los roles y el favorito del doctor y el que le enseñaría en esa sesión, era cómo disfrutar de un buen culazo.

Michael prestó mucha atención y por primera vez en mucho tiempo la sangre empezó a acumulársele en sus partes nobles, cuando vio a Collin a cuatro patas a punto de recibir polla, mostrando su precioso y pomposo trasero blanco y musculoso, viendo cómo le colgaban las pelotas y el pene semierecto entre las piernas. Reese le quitó esas vistas, pero a cambio pudo ver cómo la barra dura del doctor comenzó a penetrar sin condón por el agujero del culo de ese machote.

El doctor se sentó junto a Michael con el pito erecto y Collin acudió a sentarse encima, clavándose toda su polla, saltando, los dos montándoselo a su lado. Era una maravilla ver el pene de Collin moviéndose en libertad de arriba a abajo, una obra casi hipnótica que hizo que Michael terminara de empalmar del todo. Cuando Reese volvió a tumbar a Collin para rematar la faena, Michael aprovechó para sentarse en la silla del doctor, esperando que la mesa que había delante lograra esconder la tienda de campaña que tenía montada.

No quitó ojo mirando cómo Collin se corría mientras el doctor le seguía penetrando sin descanso, tampoco cuando Reese le sacó la polla del culo y se la pajeó hasta desperdigar su semen por encima del cuerpazo del chaval, que sonreía y disfrutaba con la esperada ducha. El doctor fue a estrechar la mano de su paciente, pero iba a ser que no, con toda la lefa encima. Michael salió escopetado de la consulta, presintiendo que, aunque de camino a casa se le rebajara, no iba a tener problemas en ponérsele dura pensando en ciertos detalles.

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