Fóllame. Hazme lo que quieras. Es lo primero que se me viene a la cabeza cuando veo a Salvo, a este chulazo ahí de pie, esperando su turno en los vestuarios para desnudarse y hacerse un hueco entre el resto de hombres en las duchas. El tio está imponente, mirándome con sus ojazos verdes de color oliva, ese pelazo cortito y piercing en la oreja.
Me relamo mirando su torso. La escasa luz en los vestuarios hace que las protuberancias de sus fuertes biceps y curtidos abdominales remarquen las sombras en su atlético cuerpo. Es capaz de follarme con la mirada. Puedo imaginarlo ya encima de mí, jadeando, sudando, metiéndose dentro de mi cuerpo y yo mirando sus cara tan guapa, deleitándome con las manos sobando su six pack.
Mirar más abajo de sus caderas me hace volverme loco de vicio. Menudas piernas, menudos muslazos, fuertes, de hierro, para ponerme a cuatro patas y forzarme a abrirme de piernas cuando le venga en gana. Los oblicuos se le dibujan más allá de unos ceñidos calzones con una huevera donde todo queda bien justo. Todavía no se la he visto, pero ya me da igual cómo la tenga. Me tiene completamente ganado.