La forma en la que Hans Berlin le friccionaba el rabo por encima de las bermudas a Viktor Rom, no era normal. Era un tocamiento de deseo y puto vicio, con los dedos agarrados a los laterales de la polla, subiendo y bajando por la barra lentamente, notando toda la dureza, como si de alguna manera pudiera sentirla ya dentro del culo.
Por eso no tardó en darle de comer. Le encantaba tener a un tio tan grandote y guapo de rodillas adorando su miembro, comiendo sin parar y cerdeando, mientras él se dedicaba a soltar rastros de babas desde arriba como lubricante para deslizarla mejor entre sus labios y de vez en cuando, si se dejaban, empujar con la mano la cabeza para colársela por la garganta y dejarles los huevos de corbata.
Era un juego que le gustaba y también una forma de ver el grado de sumisión, hasta dónde estaban dispuestos a dejarse dominar cuando te obligaban a tragar más de la cuenta y usar los lapos de otro tio para chuparle el nardo. Hans superó el jueguecito con creces, tan bien que la pollaza de Viktor salió de su boca chorreando saliva a tutiplén.
Preparado el rabo, ahora tocaba el culazo, que de eso Hans tenía un rato. Grandote, perfecto, con buenas curvas, con una raja y un agujero que estaban hechos para perder la polla dentro. Viktor le puso a cuatro patas, con la polla sobresaliendo de entre las piernas apoyada en el borde de la cama con el objetivo de tener todo a tiro: culo, huevos y rabo.
Le hizo un pajote duro con la mano mientras se dedicaba a admirar los globazos que tenía ante sus ojos, una puta maravilla que le hizo cerrar los ojos de gusto y esnifar ojete antes de meter la lengua en él. Con el triple conjunto a la vista, se lo pasó de puta madre, casi como un niño abriendo los regalos de Navidad, soltando escupitajos a todo lo que pillaba, pasando de comer rabo a comer ojete según le venía en gana.
Ese pedazo culo le estaba pidiendo pollazos hasta reventarle, así que se vino arriba y gastó medio bote de lubricante que tenía a mano, por si con su saliva no era suficiente. No contento con echarse una ingente cantidad dejándola caer sobre su polla, metió el pito del bote por el agujero del culo y apretó con rabia.
Ahora la zona estaba lo suficientemente suave y preparada como para colarle la polla y así lo hizo, sin condón ni hostias, arrastrando cada centímetro por el interior, entrando tan ajustadita que Hans gritó y alucinó de placer al sentir que le invadían por dentro.
Le dio tan duro, que transformó el lubricante transparente en una sustancia blanca saliendo por el agujero como si fuera lechecita, producto de una buena batida, como la yema de un huevo al batir con fuerza. Así se creaba la nata, con dedicación. Y a Viktor se le estaba empezando a crear otra nata, pero en el interior de los huevos y se la iba a regalar todita.
Amante de dar cariño y caña, tan pronto le daba por el culo como un animal, que se lo hacía lento y le comía la oreja. Estaba disfrutando tanto con el rabo sumergido entre esas nalgas que hasta hizo surf, empleando el cuerpo musculoso de Hans para tumbarse sobre él boca abajo y, enganchado con la polla dentro del agujero, empleándola como timón para sortear las olas. Oh sí, mi capitán.
Una polla hecha para partir culos y un culo hecho para joder pollas. “Jódemela“, le gritaba Viktor, animando a Hans, que en esos momentos estaba cabalgándole, a que se sentara con más fuerza. Lo intento, vaya que si lo intentó, usando hasta los muelles del colchón que tenían debajo, dejando caer el culo hasta empalarse los huevacos y dejando que el rebote del impacto hiciera el resto, impulsando a los dos hacia arriba para caer con más fuerza.
Hans, el hombre que probablemente había tenido más tiempo y más trozo de polla de Viktor dentro de su culo, ya tenía la escopeta cargada y decidió acabar con el duelo. Se tumbó boca arriba sobre la cama con las piernas bien abiertas para dejar pasar a Viktor y no paró de pajearse el rabo hasta que empezó a gemir y soltar lefa, tan espesita que la hilera de semen que se le quedó pegada al dedo se resistía a dejarse caer.
Viktor no se quedó atrás. Empezó a gemir como un animal mientras expulsaba todo el lechal por la punta de la polla y decoraba de blanco la entrada de ese culazo grandote del que tanto había gozado. Recuperada la cordura de la corrida, usó el cipote como pincel, lo restregó por los alrededores del agujero y se la volvió a colar dentro.
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