Se supone que mi padre, como presidente de la comunidad de fieles, debería haberme desvirgado el culo como parte de la ceremonia de la ordenación de novatos, pero todo sucedió antes de lo previsto, porque soy un cabeza loca y siempre estoy haciendo travesuras. Como buen padre, cuando me llegó la hora del castigo, decidió sacrificarse por mí y decidió ser él quien abriese el camino de mi puerta trasera antes que dejar que cualquier otro hombre lo hiciera.
Hoy sí había llegado el momento de la ordenación, en el que oficialmente pasaba a formar parte de la comunidad. Eso significaba que nuevamente mi padre como presidente estaba en la obligación de meterme toda la polla por el culo, a mí y a otra decena de nuevos chavalitos que aguardaban nerviosos en sus respectivas habitaciones. Se rumoreaba que la polla de mi padre era enorme y debido a mi pronto castigo, les pude confirmar que así era, incrementando aún más su temor.
Algunos hermanos les dieron juguetes para usar en sus ratos libres y que les ayudaran a abrir ojete, pero a mí no me hizo falta nada de eso ni hubiera podido usarlo porque el momento me llegó sin previo aviso. Mi padre me dejó desnudarle y dejé de verle como tal, para presenciar delante de mí a otro hombre. Todavía recuerdo su dedo índice acariciándome la punta del rabo que yo ya tenía bien duro. El momento en el que le bajé los calzones blancos y le saltó toda la lanza rebotando hacia la izquierda y la piel de los huevos colgando.
Me agarró con sus brazos fuertes y me obligó a sentarse sobre sus piernas, como cuando de pequeño me contaba cuentos, solo que esa vez eran cuentos para mayores, con clavadas de polla a pelo hasta los mismísimos cojones. Me dio duro pero con mucho cariño hasta que me corrí a lefazos sobre el muslo y completó la ordenación dejando su semen sobre mi cuerpo.
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