Si en Pinocho los niños tuvieron su momento para saquear con libertad todas las tiendas de chuches dela ciudad sin que los mayores pudieran reprenderles, en la ciudad del crímen una vez cada año se levanta la veda para cometer delitos y crímenes sin impunidad durante medio día. Los habitantes salen bajo su propia cuenta y riesgo y pisar la calle significa dar un paso hacia lo desconocido, con consecuencias imprevisibles.
Durante doce horas, algunos deciden poner a sus pies a la ciudad encañonando a punta de pistola y otros deciden dar rienda suelta a otro tipo de armas más placenteras, unas pollas guapas que están deseando penetrar todo agujero que encuentren por la calle.
El viaje de Abraham Montenegro y Rafa Marco en coche, enseguida se convierte en una pesadilla cuando una furgoneta les corta el paso y de ella salen unos pandilleros con pinturas en la cara en forma de tétricas máscaras y cadenas. Los peores pensamientos pasan por sus cabezas y echan a correr sin saber que Angel Cruz, Josh Milk y Valentino Ribas andan buscando una guerra que les gusta y que momentos antes han estado encharcándose los culos y los rabos de babas y de unos rabos tan grandes y perfectos que quitan el hipo.
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La ciudad, cerrada a cal y canto, no tiene escapatoria. Da igual que huyan en una u otra dirección, hay un límite y siempre les encontrarán, ya sean ellos u otros. Una ciudad que parece tener sus jodidos planes, termina sorprendiéndoles con Dominique Kenique, un hombre que sale del maletero como si llegase de otro planeta y que realmente les hace sentir fuera de este mundo cuando les lleva a un lugar donde les enseña a disfrutar del sabor a rabo, del gusto que da comerse las pollas hasta las trancas y de la felicidad que se siente al pegarse una buena corrida en un mundo libre de normas, dejando su cara bien llena de esperma de la nueva generación de delincuentes.
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