Ya entra el domador Max Toro en la jaula de los leones para darles de comer. Antes los entrena, para que esa muchedumbre que espera en la carpa del circo disfrute del mayor espectáculo del mundo. Una cortita vara látigo le sirve para poner orden, a distancias cortas, casi mirando a los ojos de las fieras hambrientas que no ven el momento de que su amo se baje la bragueta y les dé de comer esa enorme y suculenta polla que parece no tener fin.
Demuestra especial cariño a uno de los leones, Angel Garcia, es el que mejor se deja domar y el que aguanta los duros castigos a los que le somete sin proferir los rugidos de dolor que sí sueltan los demás, quizá sea porque lo tiene amordazado. Pero la mordaza desaparece enseguida porque se lo ha ganado. En un plis plas el domador se destapa la entrepierna y deja escapar su rabo, coge la cabeza de su querido león con las manazas grandes por detrás y la conduce hasta su polla haciendo que se la trague enterita sin dejarle ni un sólo milímetro de rabo sin chupar, ahí bien dentro, hasta comerse los pelos de los huevos.
Si un espectador se colase en la trastienda de la carpa a pocos minutos del espectáculo y mirase dentro de la jaula, le costaría diferenciar quién es domador y quién es fiera, quizá hasta tomase al domador por animal viéndole bombardear a pollazos al pobre amo indefenso.
