Que Gustavo Cruz era un buen agente secreto, estaba fuera de toda duda, pero si lo habían elegido para realizar esa misión era, además de por sus dotes detectivescas, por su dote. Su jefe superior Manuel Skye no le había visto todavía la chorra, pero ganas tenía muchas, pues había oído hablar maravillas de aquellos que se la habían visto y por cómo la describían debía ser alucinante.
Estaba deseando quedarse a solas con él y probar su valía. Suerte que el chaval era entregado y desinhibido y en lugar de tomárselo como un abuso de poder, le buscó el lado bueno al asunto cuando Manuel se enfadó por intimar demasiado con el tio al que andaban siguiendo de cerca, casi a punto de trincarlo y le entraron unos poquitos celos. Quería que Gustavo fuera suyo en ese sentido. Le metió un buen agarrón al paquete, le bajó la cremallera y le sacó esa generosa y enorme polla de la que todos le habían hablado.
Y de todo lo que le habían contado, todo era poco comparado con la agradable sorpresa que tenía entre las piernas. Nadie le había hecho justicia. Muy larga, gorda, curvadita hacia abajo casi como un gancho, como Manuel siempre imaginaba las pollas así de descomunales, como cuando uno es adolescente, pega el estirón y de tan rápido que crece la columna se le queda algo torcida.
Se la jaló hasta los huevos. Estaba calentita y durísima. Una piel gruesa pero a la vez lubricadita y suave, se resistía a dejar descubierto totalmente el capullo, así que le metió la lengua y jugueteó con ese trozo de pellejo llevándose algo de precum por el camino. Lo menos que Manuel pudo hacer por ese machote era rasgarse literalmente el pantalón por la raja del culo, sacarse las bolas que le colgaban de lujo y abrirse de piernas para que le jodiera bien por detrás.
Aunque no supo muy bien cómo sucedió, quizá mientras se sacaba su polla del culo, en cuanto Gustavo notó la caricia de un rabo en la raja del suyo, lo cogió con la mano y lo apuntó hacia su agujero, uno del que Manuel tenía constancia no aventuraba mucho a abrirse, sólo en contadas y especiales ocasiones. Manuel se sintió especial y penetró su ano con la intención de dejarle bien satisfecho.
Con la camisetita abierta, Gustavo estaba bien rico. Guapo, atractivo, musculoso, con ese pedazo pollón grande y gordo dando bandazos sobre su torso, rebozándose por encima. El tio se corrió encima y Manuel fue a la zaga sin esperar ni un segundo, depositando su leche y mezclándola con la de él encima de su fornido cuerpazo. Manuel agarró las dos pollas y las estrujó sacándoles hasta la última gota. Resbaladizas, calientes, enormes.