Convertir el piso en oficina de trabajo no había sido una buena idea. Por lo menos teniendo cada uno su despacho no tendrían que verse todo el rato, pero ahora que se tenían tan cerca, no paraban de echarse miradas que evidenciaban que estaban coladitos el uno por el otro. Salvatore Exposito enamorado de la carita guapa y los ojazos de Valentin Amour y este a su vez de la atractiva cara de machote empotrador de su compañero.
Mirarse les motivaba a seguir currando, pero también les distraía y alguna escapada al baño caía. En una de esas, Salvatore echó una meada y se quedó mirando un rato la caidita de su rabo encapuchado y morenote, pensando si pajeársela pensando en el chaval. Al final se lo pensó mejor y salió del baño sin tocársela más de la cuenta, al menos no más de lo que tarda un hombre en sacudírsela para que ni una sola gotita de pis pueda mojar los calzones por la parte de la huevera.
Quedarse pensando si pelársela o no, le hizo olvidar subirse a cremallera, un detalle que a Valentin, que estaba esperando su turno para entrar al baño tomando tranquilamente un café en el improvisado office del pasillo, no le pasó desapercibido. Y se lo dijo. Salvatore era de la idea de que cuando un tio llega a darse cuenta de eso mirándote la entrepierna mientras te lo dice, sin perder la vergüenza, es que algo quiere, así que le preguntó a su compañero si se la quería subir él.
No le preguntó si quería entrar al baño y sostenérsela mientras meaba para que no sonara vulgar y atrevido y porque Valentin ya se estaba poniendo de rodillas para subírsela, el muy gañán. Verle ahí de rodillas, en posición de tomar polla, hizo que a Salvatore se le pusiera burrísima. Mejor que subir, bajar, que le iba a molar más. Agarró con los pulgares la parte lateral de la goma de sus gayumbos y los pantalones y se lo bajó todo. Su rabo largo, gordo, durísimo y venoso se enderezó mirando hacia arriba y hacia adelante y mientras se desabrochaba los botones de la camisa Valentin se a zampó de un bocado.
Sin sacársela de la boca, Valentin se fue desnudando hasta quedarse casi completamente en bolas. La erección de Salvatore aumentó varios grados. Imposible que se le rebajara viendo esa carita guapa y ese cuerpazo definido y musculadito de fondo. Valentin se la mamó de puta madre. La presión justa de esos suaves y preciosos labios sobre su rabo, tragándoselo entero, juntando los pelitos de su bigote con los negrazos de la base de su polla.
Despés de una chupada magnífica, Valentin se la sacó de la boca por primera vez. Posó una mano en las pelotas y observó el empinamiento de ese pollón, fijándose en su deslumbrante y gordo cipotón abreculos. Jugó con él empujando más la cabeza hacia adelante y colándoselo por la garganta, se rellenó los carrillos de las mejillas con el cabezón y después pegó un beso mamada de tornillo a esa bonita y masculina pollaza metiéndosela enterita dentro de la boca y autofollándose la garganta, dejando que escuchase los sonidos guturales que provocaba un rabo colándose por un lugar estrecho y prohibido.
Salvatore no paraba de emitir gemidos apagados cargados de gusto con su masculina voz. Tenía a Valentin agarrado por la corbata como si fuera la correa de un perrete y estaba embelesado mirando a la carita de ese guaperas, sus ojazos, la forma dura de su venosa polla que estaba brillante con toda esa saliva encima, tanta que no le iba a hacer falta un condón para follarse ese culazo redondo y precioso que se dibujaba allá al fondo, destacando contra la espalda del chaval.
Nunca había visto un culo tan bonito. Cada vez que Valentin se levantaba a la impresora, se fijaba en la forma que tenía por debajo de los pantalones. Seguirle al baño de la oficina en varias ocasiones, hasta los meaderos, tampoco había dado resultado, porque no se los bajaba por detrás, así que ahora que lo tenía ahí desnudito, pudo fijarse en cada detalle, mientras Valentin se ponía de pie para terminar de sacarse los calzones que llevaba por los tobillos y se colocaba contra la pared.
Salva no podía creer que ese señor culazo fuera para él. Cuando lo agarró con las dos manos plantándolas en sus musculosas y redonditas nalgas y sumergió la cabeza entre ellos, se sintió en el paraíso de los culos. Ahora entendía por qué los heteros se volvían locos entre dos melones, meneando la cabeza entre ellos como locos. A él le apetecía lo mismo con el culazo grandote de un tio. Cada uno con lo suyo.
Era bonito hasta decir basta. Hasta la marca blanca que dibujaba la línea entre el moreno y el blanco de playa lo hacían más irresistible todavía. Y cuando endurecía los glúteos, ese culazo tenía la forma de su apellido, la de un corazón, el símbolo de amor. Salvatore sintió que estaba perdiendo su condición humana para volverse un poco más animal que de costumbre. Lamió, succionó, penetró con su lengua el agujero y separó un poco la cabeza para observar ese ojete latiendo como un corazón en mitad de un fornido culo.
Latía por él, por el contacto de su lengua, de sus labios, del calor de su aliento. Salvatore sacó la lengua, la puso lo más dura y recta que pudo y empezó a dar cabezazos estampando la cara en el pandero penetrándole con ella una y otra vez. Tuvo que hacerlo bien, porque a Valentin empezaron a flojearle las piernas, dobló las rodillas y empezó a meterse los dedos por la boquita. Salvatore no paraba de darle vicio al ojete, plantando la lengua en la raja y relamiéndola de abajo a arriba.
Con la rajita húmeda, Valentin se dio la vuelta, cogió de la mano a Salvatore y se lo llevó a la improvisada nueva oficina. De camino a ella, sonaba el dulce tintineo del metal del cinturón de los pantalones de Salva, que todo este rato los había tenido bajados por los muslos. Al llegar, Valentin le empujó contra el sofá obligándole a sentarse, se puso frente a él, abrió las piernas dejándolas a cada lado de las suyas y se fue sentando sobre sus piernas.
La atracción era evidente. La forma en la que Salvatore miraba a Valentin mientras este se colaba su polla por el culo totalmente desnuda, evidenciaba que la química estaba presente. Primero una sonrisa de felicidad, luego una mueca irresistible de gusto al notar la presión del agujero apretado de un buen culazo atrapando tu rabo. Qué culo tan bestia, qué bien encajaba su polla dentro de ese ano y qué forma tan maravillosa de pajeársela entre las nalgas, tan apetitosa.
Le tenía totalmente controlado, pajeándole el pollón con su amoroso culo, bailando sobre él meneándolo hacia adeñante y atrás, llevándole hasta un punto de no retorno. Si el rabo se salía, ya estaba atento para volver a conducirlo hacia su interior. Elevó un poco el trasero para dejarle ejercer de macho y Salvatore aprovechó la ocasión para encularle desde abajo con una buena ristra de pollazos.
Durante todo ese tiempo, Salvatore no dejaba de mirar la carita del chaval, totalmente enamorado y llegado el momento, estando cara a cara, tan cerca, mirándose fijamente, terminaron fundiéndose en un beso con lengua, intercambiando el aliento de sus gemidos, fundidos uno dentro del otro como un solo hombre.
El rabo de Salvatore apenas tuvo un momento de respiro, cuando Valentin se levantó para darse la vuelta y volver a sentarse sobre sus piernas. Salva se fijó en lo que se venía y respiró hondo intentando contenerse. Iba a hacer lo mismo, joderle la polla, pero esta vez dejando a la vista su irresistible culazo. Si tenerle frente a frente y notar su erección sobre su vientre había sido complicado, a él, un enamorado de los culos, eso iba a ponerle contra las cuerdas.
El momento que más disfrutó es cuando lo tuvo a su merced, agarrándole por los muslazos, elevándole las piernas y dejando que el chaval cayera sobre su torso follándoselo en volandas. Ese culazo era suyo y él era su dueño y protector. Si esa iba a ser la forma de descansar y relajarse en la oficina, tenía que imponer sus normas. Tumbó a Valentin en el sofá, se puso de pie y se lo trincó demostrando su valía como empotrador.
Que lo estaba haciendo bien no hacía falta que nadie se lo dijera, porque ya lo veía en la cara de Valentin mordiéndose el labio inferior cada vez que él sumergía su polla dentro de su esfínter y se lo blandía de fuera a adentro sin condón. Pero ¿qué era lo que más le excitaba al benjamín de la oficina? Le excitaba que le dieran por culo por detrás, girar la cabeza y ver a un macho guapo, atractivo y varonil empotrándole con rabia.
Y Salvatore le volvió loco, porque apenas miró hacia atrás, emitió un “hostias” aventurando que sin querer se había enamorado demasiado pronto de su follador y empezó a correrse dejando rastros de lefa por el suelo y en el borde del sofá de cuero negro. A Salvatore la corrida le pilló de rodillas. En el fondo, aunque le gustara mandar, le encantaba la idea de seguir las órdenes de un chaval más joven que él.
Ahora tenía a Valentin frente a él sentado en el sofá, excitándole, contoneándose desnudo, acercando los dos pies a su polla. Salvatore se la peló cada vez más rápido y justo cuando sintió en el pene el roce de la seda de los calcetines de ejecutivo que Valentin llevaba puestos, se dejó vencer y se corrió encima de ellos vistiéndolos de punta en blanco, con todo el lechal encima.
La leche siguió brotando de su gordísimo capullo. Valentin jugueteó con esa polla que se estaba corriendo, deslizando la suavidad de los calcetines por su tronco, recogiendo el esperma con la punta de los dedos. Sorprendido, Valentin vio cómo Salvatore le agarraba el pie en el que más lefa había caído y lo subía hasta su boca. Jamás olvidaría la cara de ese machote atractivo e irresistible sacando la lengua y lamiendo su propia lefa. Serio en el curro y todo un vicioso en la cama.