Entregarse a un hombre era la cosa que más le gustaba en el mundo a Drew Dixon. Esos morbosos preliminares, con las manazas de un buen macho vergón amasando sus nalgas, los paquetes rozándose con orgullo, los besos y las caricias abdómen contra abdómen, le volvían loquísimo, tanto que acababa por trempar y la picha se le salía por encima de la goma de los gayumbos, más contenta que unas castañuelas.
El pedazo hombre de piel morena que tenía delante le sacaba media cabeza y por su complexión fuerte podía adivinar que lo que tenía entre las piernas iba a ser de su agrado de todas las maneras. Se detuvo a besar el cuerpo de Jay Carter comenzando por una de sus tetillas y se fue dejando caer hasta quedarse de rodillas. Entonces tiró de la goma de sus calzones hacia abajo y fue descubriendo poco a poco sus atributos masculinos, besando el nacimiento de su polla, amando con la boca su ansiada picha, hasta que soltó esa pedazo mazorca de chocolate de piel suave recorrida por venas que colgaba gigantesca entre sus piernas.
Extasiado por el poder que irradiaba ese enorme pollón todavía flácido, Drew rebozó su jeta por encima antes de agachar un poco la cabeza y recoger su extremo con la lengua para metérsela dentro de la boca y degustarla como un buen postre. Estaba blanda pero a la vez durita, todavía maleable. Tuvo que cogerla con una mano por la base para que no se doblegara al chupar, pero en unas cuantas caladitas ya comenzó a notar que algo mucho más grande de lo que podía imaginar se ponía firme ante él.
La gigantesca polla creció el doble de su tamaño, se hizo más voluminosa, las venas que la recorrían y que suponían unos estupendos tropezones para los labios de Drew, se inflaron tanto que parecían a punto de estallar. Tragó ahora, que todavía podía hacerlo, porque unos segundos después, con lágrimas en los ojos, no cabían por su boca más que el cipote y un tercio de rabo. Era enorme, robusta, descomunal. Drew mamaba y mamaba, llenándose la boca de un pollón inabarcable a la vez que miraba hacia arriba, a los ojos de su dueño, preguntándose cómo era posible que hubiera hombres sobre la tierra dotados con atributos más propios de los caballos que de un ser humano.
Pero lo pensó poco, porque esa anomalía hacía que tios como él pudieran pegarse un festín de muy señor mío. Le comió los huevos y sintió el peso de esa fuerte y caliente polla sobre su cara, regocijándose al notar su contacto en las mejillas, sobre la nariz, en la frente, sintiéndose feliz cuando algo de pegamento se instaló sobre el nacimiento de su pelo. Se dejó azotar.
Le succionó las pelotas grandes y hermosas, cargadas de leche. Tumbó a Jay sobre la cama y le devoró el pito, tragando todo lo que podía, agarrando la polla con una mano para distribuir su saliva por encima, aquello que su boca no podía abarcar, preparando ese pollón inmenso para la cogida. Drew se puso a cuatro patas sobre la cama y se dejó comer la raja del culo. Jay le dio placer e intentó mejorar la apertura de su ojete a la vez que se pajeaba la polla para no perder fuelle, porque un rabo así de grande merecía atención completa para no desfallecer.
Se agarró el gigantesco y descomunal pene, plantó el capullo en el agujero y la metió de lleno, completando ese culazo tragón con sus veinticuatro centímetros de polla. Comenzó a penetrarlo, a cascar sus pelotas sobre el trasero. Las tenía tan grandes y cargaditas que rebotaban encima cada vez que se la empotraba. Drew se sintió completamente realizado, como si la llegada de Jay a su vida hubiera rellenado en ella el hueco que necesitaba para sentirse feliz del todo.
Aguantó estoicamente sus embestidas. Jay sabía cómo manejar a su condenada mamba. Tenía pitón de sobra y lo sabía y lo empleaba para satisfacer culos como ese que se le ponía enfrente dispuesto a afrontar el mayor de los retos. El lado animal empezó a apoderarse de él y le hizo palmear las cachas de Drew, pasarle una pierna por encima plantándole el pie en la espalda y abordar su culazo metiéndole una buena mandanga de pollazos.
Después de un rato follando, Drew tenía parte del culete rojo de las palmadas y el ojete, antes liso y virginal, ahora estaba desvirgado en carne viva, abierto, latiendo cada vez que Jay sacaba la verga de su agujero, calmado cada vez que él posaba de nuevo su vibrante y descomunal cipote en la entrada. No era sólo tener esa butifarra llenándole por dentro, era el contacto pegajoso de sus huevazos chocando contra sus nalgas lo que le volvía loco. Se movían gracilmente, casi a cámara lenta. Los imaginó llenos de semen.
Drew se tumbó a cuerpo de rey sobre la cama, pasándose los brazos por detrás de la cabeza, bien follado, mirando hacia abajo, viendo cómo ese enorme y gordo pollón le inflaba el culo. Se hizo un ovillo sobre la cama elevando las piernas con las rodillas a la altura del pecho y se convirtió en su putita. Luego se quedaron de pie y Drew separó un poco las piernas para dejarle pasar. Jay amoldó su rabo dentro y dio buena cuenta de ese ojete al que machacó sin compasión.
Por la forma en la que la piel cercana al ojete se desplegaba y replegaba hacia el interior, ajustada le quedaba un rato. Drew se sacó la leche con el rabo aún detro de su culo. Se relamió las heridas y volvió a hacerse un ovillo en la cama, ayudándose con las manos para desplegar sus dos nalgas y dejar abierto su agujero, ahora completamente rojo, hacia donde Jay estaba apuntando para correrse.
El cabrón apuntó mal y Drew, como hombre, debió haberlo visto venir. Porque ningún hombre es capaz de apuntar bien a la taza y Jay no fue la excepción. Salió disparado, un chorrazo de lefa potente que le pilló totalmente desprevenido, que cruzó todo su cuerpo y se instauró a full sobre su rodilla y su cara, un facial imprevisto. El resto del caldo blanco y pegajoso bañó su escroto y el agujero de su tierno culo.
Se quedó mirando esa polla enorme, gorda y corrida y vio cómo Jay se la metía de nuevo, arrastrando con ella el esperma que le había depositado en el agujero, preñándole con su semen, castigándole el hímen de su sensible culito por última vez, aprovechando los últimos estertores de su rabiosa y lujuriosa polla antes de que volviera a quedarse blandita para alegrar las vistas de cualquier hombre que estuviera dispuesto a soñar con un pollón descomunal campaneando entre las piernas. Drew se inclinó para lamerle el mandoble, para nutrirse de la lefa pegada a su pellejo y compartierton un besito cargado de buenas noches y de buena leche.