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69 rabos de sementales italianos cargados de leche se dan cita para hacer un demencial gang bang a Malena Nazionale y Martina Smeraldi | Rocco Siffredi

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El mundo del porno necesita todavía una reina para gobernarlos a todos junto con el rey que ahora sostiene el cetro entre sus manos, Rocco Siffredi. ¿Será Malena Nazionale o quizá Martina Smeraldi? La mujer que reine con él y que pretenda el trono, deberá pasar antes una dura prueba: Deberán mamar los rabos, dejarse follar y probar la lefa de los 69 zagales seleccionados entre los mejores de todas las aldeas del reino.

La más zorra, la que mejor cumpla los deseos y las necesidades de todos estos varones en plena ebullición sexual, se llevará el cetro de poder. Sus bocas, sus tetas, sus manos, sus coños y sus anos no tendrán descanso. Serán agujeredos una y otra vez por varios hombres deseosos por cobijar sus enormes y largas pollas en los recovecos más apretados y calientes.

La alfombra roja se convierte en un excitante paseo al desfilar entre tanto hombre. Las féminas huelen el olor a macho que desprende esa estancia, se sienten intimidadas por esas miradas obscenas que se fijan en sus voluptuosos pechos, el las curvas de sus nalgas, les ven tocarse los paquetes por encima de los pantalones, escuchan las guarradas que se dicen unos a otros, acerca de lo que harían con ellas. De lo que harán. Casi pueden sentir sus manos alargándose como tentáculos de pulpos en el mar, esas manos varoniles y calientes posándose en todas las zonas de sus cuerpos. Están cachondas.

Llegan al podio previo al trono que desean. Se desnudan meneando los traseros, mostrando a los chicos sus pomposos cachetes, las enormes rajas por las que se vislumbran unos apetitosos labios deseando cobijar todas sus vergas y también esos agujeros más apretados justo encima, a los que sólo tendrán el placer de acceder aquellos que ellas elijan. Se dan la vuelta magreándose sus gigantescos melones e invitan a los chicos a quitarse los pantalones.

Un mar de rabos ante sus ojos. Manos diestras y zurdas por todas partes, zurciéndose las pollas mientras ellas juegan a comérselo todo para el deleite de sus miradas. El sonido de fondo de sus respiraciones agitadas, de todas esas manos desplazando arriba y abajo la piel mde sus penes erectos sin descanso. Se levantan y, según se van acercando a la multitud para internarse en ella, el movimiento de las manos se incrementa. En un segundo están rodeadas de esos caballeros con largas lanzas, sintiendo cómo las manos les rozan los pechos, bocas y lenguas hambrientas comiéndoles los pezones, dedos insurgentes que se adentras en las profundidades de sus bocas, de sus coños, de los agujeros de sus apretados culos. Por todas partes el roce de sus miembros calientes y duros.

 

Escogen de entre todos a los más guapos y se arrodillan para reverenciarles las pollas antes de cogerles de la manita y llevárselos a la cama central para que se las follen como perros. Los afortunados se suben a la cama real y empiezan a darles rabo por todos los huecos. Han escogido a los suficientes como para tener manos, boca, ojete del culo y coño bien ocupados. Mientras tanto, el resto de chicos se arremolina en torno a la cama, esperando su turno polla en mano bien pajeada.

Cada vez que pestañean tienen a un nuevo hombre encima, un rabo nuevo dentro de la boca. Se enamoran de los chulitos potentes y guaperas con cadena al cuello, del fortachón con torso peludo y musculoso, del de más allá con los pectorales marcaditos, del guapo de la perilla, del yogurín, de ese que de perfil se da un aire a Maluma y al que le dan un pase especial abriéndose ante él de piernas para recibir una flipante comida de coños con la que se corren de gusto mirando a semejante belleza.

El veterano que zumba como los dioses, el calvo tatuado empotrador, el pajillero que es el primer coño que prueba en su vida, al que acaban de sacar de la casita de su aldea y al que se le pone la cara roja zumbando su primer chochito como un demente. El modelazo que está para parar un tren, los intelectuales con gafitas, el guapo de,la barbita recortada, el de las chapas de guerra, el rubio de la melenita que está sudando y al que le encanta que le coman la polla.

Se tumban entre tantos hombres, tan variados, tan bien dotados. Al mirar hacia arriba sólo ven el paraíso de los rabos. Montones de hombres masturbándose encima de ellas, machacándose las pollas hasta correrse encima de sus cabelleras, de sus caras, de sus tetas, de sus cuerpos, en las rajas de sus culos, en la mismísima raja del coño. Lefa caliente que va y viene sobre ellas. Se relamen con ella, la esparcen por su cuello, por sus melones, por sus vientres, por el interior de sus vaginas, por el estrecho hueco de sus puertas traseras, como si fuera crema.

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