Vivir en un pueblo, significaba mamar de costumbres a las que no estaban muy habituados en la gran ciudad. Cada vez que llegaba una de esas excursiones de instituto con jovencitos con las cabezas llenas de paja, literalmente, Erik Devil se ofrecía para mostrarles la atribulada vida de un granjero. Cuando más disfrutaba era cuando les enseñana a ordeñar a las vacas.
Le encataba tirar de las ubres y, cuando tenía las manos bien empapadas en leche, echaba una miradita a los mozalbetes allí presentes, todos de pie, con la vista fija en los ágiles movimientos de sus manos, la mayoría cruzando las manos sobre sus entrepiernas, intentando esconder la empalmada que se les había formado viendo a otro tio estrujar lo que bien podrían ser sus jovenzuelas pollas.
Cuando se iban a otra zona de la granja a ver al resto de animalitos, casi siempre se quedaba un chaval rezagado que quería aprender más. Tannor Reed era guapete y Erik estuvo encantado de llegar con él más allá de lo que llegaba con las vacas. Sacó a los animales de la zona de ordeño y colgó a Tannor en alto bocabajo, con su cuerpo suspendido sobre las sogas.
Erik le agarró el rabo que le colgaba hacia abajo, bastante grande para su edad y, con las mismas manos sin lavar con la que había ordeñado las ubres, le agarró de la polla y le hizo una paja. Le enseñó una técnica especial, colándose por debajo y chupándosela enterita, amorcillándosela. Le comió todo el culete y volvió a ordeñarle una vez más el rabo, esta vez sin parar, hasta que la joven leche de sus cojones brotó por su puño junto con la de la vaca.