La competencia era abrumadora. Cada vez había tios más musculosos, más guapos, más pollones, con mejores culos, que lo daban todo para conseguir un puesto en la próxima película junto a uno de los más afamados rabos de la industria. La audición avanzaba y tras las entrevistas y las pajas en solitario llegó la prueba por parejas en la que por sorteo dos tios al azar tenían que hacer algo para impresionar al equipo de casting.
Diego Sans estaba esperando en el sofá a su nuevo compi, releyendo una y otra vez el texto del guión de la prueba final a la que deseaba llegar a toda costa. La azafata llegó de la mano con Xavier Cox, un tio rubiales guaperillas con el que compartía su mismo estilo de vestir y peinado. Sí, había tios cada vez mejor preparados y con más nivel, pero había algo que no se podía conseguir a base de machacarse horas en el gym y de lo que tampoco te dotaba la genética para tener unas buenas nalgas o una buena herramienta colgando entre las piernas: la química del amor.
Los dos quedaron de acuerdo en ofrecer un espectáculo entre dos hombres como nunca habría visto ese jurado. Nada había que enganchase más que dos hombres comiéndose a besos, con la mirada y usando sus rabos, sus manos y sus culos como extensión de un sentimiento que iba a más.
Practicar en esa misma sala fue fácil. En cuanto Diego se levantó, se bajó los pantalones a la altura de las rodillas y salió rebotando su polla, Xavier se puso de rodillas y empezó a mamar de ella. Ese cipote medio cubierto con capucha le volvió loco hasta el punto de dejarse las babas encima. De seguro no eran ni la polla más grande de los participantes ni el mejor culazo de los presentes, pero los dos encajaban a la perfección.
Diego se enfundó un condón en la polla y le rebañó el ano a ese mamón con un movimiento de caderas brasileño que sí le venía de cuna. Ese tio no dejaba de gemir con el rabo dentro del culo, follado por un machote de torso peludo que lo daba todo follando.
El jurado no podría decir que no a un auténtico final de traca, cuando Diego sacara su durísimo rabo a punto de reventar y soltase toda su artillería sobre el cuerpazo en plancha de ese maromo, lefazo tras lefazo, desperdigándolos por su torso, disparando entre medias de sus pectorales, goteando sobre los pelos de la base de su polla.